Sobre OPCIONES
Miquel Barceló (9 de julio de 2015)
Opciones es un relato que escribí en catalán para luego traducirlo al castellano. Tengo con este relato una buena relación, ya que nunca olvido que a mi padre le gustó y eso siempre ha sido importante para mí.
Se publicó, en castellano, en 1998 en el número 7 de la colección Trazos de Bígaro Ediciones, en una Antología de Cuentos de Ciencia Ficción que preparamos Pedro Jorge y yo mismo. Entonces estaba abierto el debate de si en una antología el antologista podía o no publicar relatos propios, y tanto a Pedro como a mí nos pareció que sí. Por eso saqué el cuento de su olvido y lo publiqué (el de Pedro fue El día que hicimos la transición, escrito con Ricard de la Casa y que ya lleva un par de ediciones, incluso en inglés).
Como suele ocurrir, Opciones no ha sido del todo comprendido. En una wiki (no sé si activa hoy) se comentaba esa antología y se despachaba el relato con un breve comentario que se iniciaba con: “Un relato un tanto juvenil y autocomplaciente, repleto de estereotipos antropológicos y rebozado en una melaza de problemas domésticos y buenas intenciones propia de una teleserie mormona-americana.”
Gracias por lo de juvenil, aunque escribí el relato casi a mis cincuenta años… Y, por otra parte, entiendo que quien haya descubierto para la ciencia ficción y la fantasía publicadas en España autores mormones como Orson Scott Card o Brandon Sanderson, pueda ser etiquetado como mormón por alguien poco enterado. Aunque también he aportado a la ciencia ficción y fantasía publicadas en castellano obras de autores “nuevos” como Lois McMaster Bujold, Connie Willis, Nancy Kress, Dan Simmons, Neal Stephenson, Michael Flynn y tantos y tantos otros.
Formado en el nacionalcatolicismo franquista de mi niñez, ninguno de sus componentes ideológicos (religión incluida) resistió el paso del tiempo ni el embate de la racionalidad. Soy, y a mucha honra, ateo y de izquierdas a pesar de lo que algunos hayan querido ver o pensar.
Sí es cierto que Opciones trata de la familia y de las distintas opciones que pueden elegir los jóvenes respecto de las de sus adultos, pero contando siempre con el respeto de todos. He tenido la suerte de entenderme con mi padre en los días de mi adolescencia, de la misma manera que mi hijo también se ha entendido conmigo en ese complejo período de la vida. No es fácil, pero es, simplemente, cuestión de hacer intervenir la inteligencia, el cariño y el respeto. De eso trata Opciones.
La idea central que motiva un relato como este se ha expresado muchas veces (y no precisamente en ámbitos mormones). Recuerdo ahora una canción italiana de Toto Cotugno, titulada Figli (Hijos), en la que se dice, literalmente, de un padre en relación con sus hijos: “l’aiuterai nel suo confuso cammino, ma non potrai cambiare il suo destino.” De eso quiere tratar Opciones, y del respeto que padres e hijos deben tener para con las opciones vitales de sus familiares. Es la única manera real de aprender a ser libres y de serlo realmente.
OPCIONES
Miquel Barceló
(25/02/1998)
-Si no lo haces ahora mismo, será una noche perdida.
La voz quería sonar dura, pero rezumaba preocupación y temor. Los tres jóvenes estaban agachados, casi estirados, escondidos simplemente gracias a la oscuridad y la distancia. Delante de ellos, el relativamente majestuoso Edificio de Ceremonias cubría la escasa luz que proponía la luna.
El guardián, demasiado perezoso para vigilar, dormitaba aburrido. Para él el trabajo era siempre igual, reiterativo y monótono. Una noche más para cumplir un ritual añejo que, casi con toda seguridad, era del todo inútil. Conocedor de su oficio, el guardián sencillamente esperaba que no ocurriera nada de particular durante su turno de vigilancia
Uno de los jovenes, el que parecía dirigir la expedición, volvió a mirar al guardián, como si evaluara su capacidad de reacción. La faz indolente, iluminada por una débil antorcha, no era motivo de preocupación para los emboscados. No era ese el peligro.
Después miró a sus compañeros, exigentes o, mejor, tan solo impacientes, siempre preocupados. Al fin y al cabo, ya le habían acompañado un par de veces. En el futuro serían ellos quienes deberían actuar. Pero, por el momento, aún estaban verdes. Demasiado verdes. Lograr que le acompañaran esta tercera vez ya había representado un gran esfuerzo. Suerte que había otros. Si al menos no fallasen cuando llegara el momento de huir. El agua estaría muy fría, pero seguía siendo el camino más seguro para escapar. Ventajas de vivir en una ciudad acuática.
Con sumo cuidado, el joven que lideraba la expedición metió la mano derecha en la bolsa. A tientas localizó la forma casi esférica, como una irregular pelota pequeña. Aún parecía estar caliente, pero sabía que eso era imposible. La sangre había sido recogida muchas horas antes. Pero el tacto, a pesar de la sutil membrana de sórgis, era cálido y más bien viscoso. Extrajo la forma esférica de la bolsa.
De repente tomó la decisión.
-Preparados.
Los otros dos jóvenes retrocedieron un poco, listos para saltar al agua. La tensión llegaba a su punto más alto. Ahora ya solo pensaban en la huída. Era cierto. Se había demorado demasiado.
-¡Ahora!
Tomó impulso y, dejando que su brazo trazara un arco en la noche, lanzó con fuerza la pequeña esfera contra la puerta del Edificio de Ceremonias.
Todo ocurrió muy deprisa. El pop del proyectil al golpear y aplastarse contra la puerta. La sangre que empezaba a fluir perezosa entre los relieves ornamentales. Los tres chop casi simultáneos de los cuerpos que habían saltado al agua.
La sorpresa del vigilante surgió sobre todo del chapoteo en el agua y no del casi imperceptible, y de hecho simbólico, atentado contra la majestuosa puerta del Edificio de Ceremonias.
Todo el incidente, como siempre, se redujo a nada.
Los jóvenes, nadando en silencio y procurando no hacer ruido, se separaron. Cada uno volvía a su casa concentrado en que nadie le oyera llegar. A la mañana siguiente, como ocurriera las veces anteriores, ya habría tiempo para recordar la aventura. Y quizá se sintieran lo bastante valientes para pensar en otras acciones.
El guardián, acercándose primero al margen, constató, como tantas veces antes hicieran sus compañeros, que en el agua no quedan rastros. Después, tras escuchar el silencio de la noche y simular por un momento que cumplía su deber escudriñando atentamente la negrura de las aguas, se dirigió hacia la puerta del Edificio de Ceremonias. Con la misma parsimonia de otras veces comprobó el verdadero alcance de la travesura.
Una viscosa mancha de un rojo negruzco ensuciaba la puerta y los sagrados relieves a la débil luz de la antorcha. Poca cosa. Lo habitual.
Todo el incidente, como siempre, se reducía a nada.
Pero una nada más que suficiente para recibir una buena regañina del Regidor de Seguridad. Rek sabía que otras autoridades, incluso el mismo Regidor de Ceremonias, no daban ninguna importancia a esos pequeños sabotajes que recientemente abundaban en Ciudad de Acuaria. En conjunto no parecían más que travesuras y tonterías de chiquillos. Pero el Regidor de Seguridad, su jefe, no compartía esa opinión.
El oficio del Regidor de Seguridad era precisamente no dejar que ningún peligro llegara ni siquiera a desarrollarse. La bronca era segura. ¿Por qué le había tocado de nuevo a él? Mala suerte. Si esos ignotos saboteadores hubieran aguardado a mañana, la bronca habría sido para otro. Sí. Muy mala suerte.
Esta vez la entidad del atentado residía en el lugar elegido. ¿Profanación? Ni siquiera la sangre parecía tener especial relevancia. Al fin y al cabo olía mejor que el contenido de otros proyectiles de noches pasadas. Pero tal vez atentar contra el Edificio de Ceremonias suponía un significado especial. Cam no estaba seguro.
-¿Y dices que ocurrió ya bien entrada la noche? -preguntó al vigilante con el tono de voz autoritario que había aprendido a emplear en su tarea como Regidor de Seguridad.
-Si, señor. La Primera Luna ya había pasado y solo quedaba la Luna Pequeña. No hace más de tres divisiones.
-Poca luz, es cierto. Pero algo habrás visto.
-No, señor. Todo ha ocurrido muy deprisa. He oído como alguien se lanzaba al agua, no sé, dos o tres personas tal vez, y cuando he llegado a la baranda ya no se veía nada. Después he visto la sangre en la puerta.
-¿Y no les has oído llegar?
-No. Ha ocurrido como las otras veces. Ningún ruido hasta que se han echado al agua.
-Bien. Lo entiendo. Gracias por avisarme tan pronto, Rek, -Cam siempre había creído que un buen Regidor de Seguridad debía recordar los nombres de sus subordinados. En realidad, no era tan difícil. Y menos ahora: durante este mismo dozil, Rek, al igual que otros vigilantes nocturnos, había sido testigo de un par de sabotajes.
Los primeros rayos de luz de Niusan empezaban a iluminar el horizonte del este. La población de Ciudad de Acuaria todavía dormía. Solo unos pocos vigilantes, esparcidos por los muelles, generalmente a la entrada de los escasos edificios principales, combatían su aburrimiento a la espera del nuevo día que ya alboreaba.
-Hay que limpiarlo ahora mismo, Rek. Y no se lo digas a nadie. A nadie. ¿Lo has entendido? -Cam sabía que acompañar las órdenes con un movimiento enérgico de la Vara de Seguridad, el símbolo de su cargo, era más que suficiente para que Rek se diera prisa.
Aunque sabía por experiencia cuán inevitable era que el sabotaje llegara a ser conocido por todos. Ni poniendo en juego toda su autoridad podría evitarlo. La naturaleza humana era como era y, aunque no había sido el primer sabotaje sufrido por Rek durante una de sus guardias, seguro que le faltaría tiempo para darse importancia narrándolo y, Cam lo sabía, exagerándolo de manera conveniente.
Cam, simplemente, mantenía la secreta esperanza de que los rumores no magnificaran el hecho en demasía. Sabía que, en sí mismo, este atentado era muy poca cosa, pero, al considerarlo en relación al creciente número de pequeños sabotajes, no podía dejar de preocuparle.
Cam sabía que, para muchos en Ciudad de Acuaria, los pequeños ataques del último dozil eran solo una novedad curiosa y un tema poco preocupante de conversación. Pero percibía algo más peligroso en esa repetición de pequeños sabotajes y estériles atentados. Alguien tenía un plan. Y, a juicio de Cam, el plan no era nada absurdo.
Estaba seguro de que con acciones más violentas y decisivas, aunque hubieran sido muchas menos o incluso solo una, la preocupación general se habría disparado. Esto era distinto. Los sabotajes eran ridículos en sí mismos. Casi infantiles, pero molestos. Como una llovizna suave que, poco a poco, deja las calles mojadas y, al final, obliga a la gente a caminar con más cuidado por un pavimento resbaladizo.
Y lo más grave: esos pequeños atentados, en su metódica y ridícula repetición, podían manifestar un descontento hasta hoy desconocido en Ciudad de Acuaria.
No todos pensaban como Cam. Incluso el Regidor de Ceremonias decía que no había por qué preocuparse, que los sabotajes eran obra de cuatro majaderos y que no representaban peligro alguno.
Sin embargo, Cam sabía que, tras esos sabotajes aparentemente inútiles, podía haber un diseño inteligente. Se daba cuenta de que, si alguien hubiera deseado crear una situación nueva y una cierta expectativa de cambio en Ciudad de Acuaria, pocas formas más fáciles y eficientes habría podido encontrar que esa larga docena de pequeños sabotajes que, pese a su consigna de silencio, ya corrían de boca en boca. Al fin y al cabo se trataba de un gran éxito por muy poco esfuerzo y obtenido muy rápidamente. Hacía menos de un dozil del primero de esos nimios sabotajes, y ya todos hablaban de ellos con evidente curiosidad.
Para Cam, el verdadero problema era que, conociendo como conocía a su gente, no llegaba a imaginar quién, de toda Ciudad de Acuaria, podía mostrar tal capacidad estratégica. Tampoco sabía de ningún descontento serio que pudiera motivar esas acciones.
Tal vez Mir, el Regidor de Ceremonias, estaba en lo cierto y todo se reducía al ridículo juego de unos majaderos. Pero no saber con certeza el porqué ni el quién, hacía que se sintiera preocupado. Había sido Regidor de Seguridad de Ciudad de Acuaria durante las últimas veinte rotaciones, y nada como esto había ocurrido. Ni siquiera los Libros mencionaban algo parecido. Ciudad de Acuaria siempre había sido una comunidad pacífica y tranquila, y su cargo de Regidor de Seguridad una perfecta inutilidad, con la única excepción de poner paz en tres o cuatro pequeñas discusiones esporádicas que la vida cotidiana hacía inevitables entre convecinos.
Así, pues, la clave en todo este asunto de los sabotajes era averiguar quién y, sobre todo, el porqué. Hasta que no lo descubriera, Cam no se sentiría tranquilo. Una tarea que su talante, tan propio de un buen Regidor de Seguridad, hacía del todo ineludible.
Con el despertar del día, la pequeña comunidad de Ciudad de Acuaria resurgía lentamente de su descanso nocturno. Las casas y las calles de leñacero comenzaban a mostrar indicios de vida activa. Los muelles, todavía húmedos con el rocío, veían el paso de los primeros caminantes, mientras las madres iniciaban el duro trabajo de despertar a los hijos y el ruido de las cocinas indicaba la preparación de los desayunos.
El fresco aire matutino empezaba a transportar señales de todo tipo de olores de comidas, mientras Cam terminaba la rutinaria visita a los escasos puestos de guardia.
Cam estaba seguro de que no encontraría señales de otros sabotajes. Por suerte, los “majaderos” del Regidor de Ceremonias, si se trataba realmente de majaderos, eran pocos. Un sabotaje por noche era lo máximo que podían permitirse.
Con los vigilantes, la repetida conversación era siempre la misma. Cambiaban los lugares y las personas, pero nunca las palabras. Casi un ritual devenido ya en tradición.
-¿Nada nuevo por aquí?
-No, señor. Todo tranquilo, señor.
-Muy bien. Pronto llegará la hora y podrás descansar. Gracias por el trabajo hecho. Por el Regreso de la Nave.
-Por el Regreso de la Nave, señor.
El ritual se repetía día tras día en todos los puestos de vigilancia, que, en realidad, tampoco eran tantos. Cam creía necesario agradecer el trabajo hecho a los hombres y mujeres que perdían la noche en favor de la tranquilidad de sus convecinos. Era la pequeña novedad, el ligero toque personal que había introducido desde que era Regidor de Seguridad.
En realidad, aislada por las aguas, Ciudad de Acuaria estaba más que protegida contra cualquier ataque. Tras una veintena de rotaciones en el cargo, Cam sabía que pocos peligros externos amenazaban Ciudad de Acuaria, y que la vigilancia nocturna era probablemente inútil. Pero, como hicieran otros Regidores de Seguridad antes que él, Cam no se atrevía a prescindir de la tradicional tarea de vigilancia.
Aunque, además de innecesaria, parecía del todo inútil. Prácticamente había transcurrido un dozil y había sido incapaz de descubrir a los autores de una docena de pequeños sabotajes.
Aunque el de esta noche tenía que ser la gota que hiciera rebosar el vaso. Era del todo imprescindible que hablara de este asunto de los sabotajes con la Regidora de Acciones y con el Regidor de Ceremonias. Con la mayor urgencia y seriedad. Pero sería después de desayunar, tras visitar los dos últimos puestos de guardia. Los olores que el aire transportaba habían despertado su apetito.
Dar le esperaba. Le había visto marchar con Rek en medio de la noche, pero no estaba preocupada. Una docena de veces en el último dozil le habían enseñado que esos pequeños sabotajes nocturnos no eran peligrosos.
-¿Novedades? -preguntó Dar, que trajinaba en la cocina.
-No -respondió Cam, mientras empezaba a ayudarla-, otro sabotaje ridículo. Esta vez ha sido una bolsa de sangre que han tirado contra la puerta del Edificio de Ceremonias. Nada grave. Rek ya lo habrá limpiado. Un absurdo intento de profanación que no preocupará a nadie. Ni siquiera a Mir.
-Pero a ti te preocupa.
-Sí. Parecen tonterías, cosas de majaderos como dice Mir, pero eso de que se repitan no acaba de gustarme.
-Pero no hacen daño a nadie -intentó tranquilizarle Dar.
-Es cierto, pero ya todos hablan de esos sabotajes. Me preocupa lo que pueda ocurrir después. Alguien tiene un plan, y soy incapaz de imaginar de qué se trata.
-Por eso te preocupa. Siempre quieres tenerlo todo controlado -bromeó ella.
-No te rías. Es necesario que nos lo tomemos en serio. Tengo que hablar con Mir y Tar. Hoy mismo.
Con la colaboración de ambos, la mesa pronto estuvo lista. Mientras tanto, Darir arreglaba su habitación, pero, como siempre, Camir seguía en la cama.
Como todas las mañanas, habían preparado la mesa para cuatro. Pero, también como todas las mañanas, seguramente solo desayunarían tres. Cada día resultaba más difícil decidir qué hacer con Camir. Cam sabía que si le exigía al chico que desayunara con todos, debería hacer frente a sus quejas: “¡Claro, como eres el Regidor de Seguridad estás demasiado acostumbrado a mandar!”, “¿Es que no me vais a dejar hacer lo que quiero?”, “¿Hay o no libertad?”. Quejas repetidas que, desde el inicio de la adolescencia de Camir, eran ya un manjar cotidiano.
A pesar de todo, Cam sabía que, una vez más, si no intervenía, Dar no estaría contenta. Y, por otra parte, no quería mostrarse autoritario en su propia casa. Y aún menos con un joven inteligente y con afán de independencia como Camir.
Dar no era excesivamente tradicional, no podía serlo si era la compañera de Cam. Pero a Dar le gustaba que los cuatro se reunieran en torno a la mesa al menos una vez al día. Y el desayuno era el único momento en que podía pretenderlo. La comida les encontraba a los cuatro atareados en diversos menesteres, pescando o repartidos por la ciudad. Y, últimamente, era imposible contar con Camir a la hora de la cena.
-Camir, ¡el desayuno! -Dar lo intentaba como todos los días.
El silencio habitual le respondió.
Dar entró en la habitación del joven y se oyó el murmullo de un breve diálogo que finalizó con el también habitual:
-¡Déjame en paz! Ya me levantaré más tarde. Desayunaré solo.
Dar se acercó a la mesa sin pronunciar palabra y, una vez más, desayunaron los tres solos. Darir había aprendido a callar.
El desayuno fue silencioso. Pero a Cam este pequeño incidente familiar, ya cotidiano y repetido, no le distrajo de la preocupación por los sabotajes.
La visita a Mir, el Regidor de Ceremonias, resultó completamente distinta de lo que Cam había esperado. Ni siquiera hubo tiempo para hablar de los sabotajes. Una novedad abrumadora lo cambiaba todo.
-Ha ocurrido. Por fin ha ocurrido. ¿Qué haremos ahora? -Mir había perdido cualquier atisbo de la serenidad que, supuestamente, distinguía su tarea de sumo sacerdote.
Por suerte, Cam y Mir estaban solos.
-A ver, explícate poco a poco. ¿Qué habéis visto realmente? -Cam, como siempre, era quien mantenía la calma, escuchaba los hechos, buscaba los datos que faltaban y tomaba las decisiones. De los tres gobernantes de Ciudad de Acuaria, el Regidor de Seguridad era, en las últimas rotaciones, quien disponía del verdadero poder.
-Me lo ha dicho Dak. Él lo ha visto. Primero una luz en el cielo, una estrella fugaz. Solo una, y grande. Dak y los que la han visto dicen que es la Nave. La Nave. La que, según dicen los Libros, será la muerte de Ciudad de Acuaria.
Mir no podía evitar su nerviosismo. Una cosa era dirigir las ceremonias siempre repetidas y hablar retóricamente del profetizado Regreso de la Nave, y otra muy distinta la realidad. Como tantos otros en Ciudad de Acuaria, ni siquiera los Regidores de Ceremonias creían en toda esa parafernalia de la Nave. Comprobar de repente que era cierto, que podía existir una Nave que regresara como decía el saludo ritual, era mucho más de lo que nunca hubiera imaginado.
-Tranquilo, Mir. Una estrella fugaz no es la Nave. Otras veces hemos tenido estrellas fugaces. ¿Hay algo más?
-¡Sí! ¡Claro que sí! El Receptor Sagrado se ha puesto a hablar. Dice cosas extrañas, pero habla. Ha utilizado términos sagrados, aunque no se entiende su significado ni por qué se emplean. Ya sabes: frecuencias, transceptores, fisión, Tierra, megahercios,… todo eso.
-Sí. Podría ser la Nave. -Cam era un buen jefe, sabía reconocer los hechos cuando estos eran nuevos. En las trescientas rotaciones documentadas en los Libros, el Receptor Sagrado nunca había hablado. Una estrella fugaz sola no significaba nada. Una estrella fugaz y el Receptor Sagrado hablando de cosas extrañas era algo muy distinto-. Haz que avisen a Ros. Hemos de hablar de todo esto. Y que nadie difunda la noticia por ahora. ¿Quiénes saben que el Receptor Sagrado ha hablado?
-Solo yo y Pox, que sigue todavía de guardia tomando notas.
-¿Cuándo ha hablado el Receptor Sagrado? ¿Antes o después de la estrella fugaz?
-Dak dice que la estrella fugaz, la Nave como él la llama, ha sido vista una división antes del alba. El Receptor Sagrado se ha puesto a hablar hace muy poco, menos de una división. En realidad, no se oye nada bien. Hay algo que bien podrían ser las Sagradas Interferencias de que hablan los Libros. Aunque ahora se oye más claro que cuando empezó.
-Vayamos a oírlo.
La voz autoritaria de Cam se confundió con el sonido de sus pasos. Se encaminaba decidido hacia la puerta del recinto donde Pox continuaba tomando notas de los ruidos y voces que salían del objeto sagrado.
“…zen la frecuencia de 1150 megahercios. Identifiquen la posición. Cambio y espero“, y un largo silencio invadió el Receptor Sagrado.
La cara de Pox reflejaba una actitud dedicada, de interés y poco reflexiva. Seguro que, movido por la devoción de cumplir correctamente con su tarea, todavía no se había dado cuenta del alcance real de cuanto estaba ocurriendo. Mir escuchaba horrorizado al ser consciente de que todo su mundo se hundía, simplemente al hacerse realidad lo que había predicado durante tantas rotaciones.
Cam, al contrario, era todo serenidad y reflexión. Escuchaba atento, pero su cerebro, olvidando los pequeños sabotajes nocturnos del último dozil, empezaba a imaginar los problemas que se presentarían y pensaba en la forma de mantener el orden y lograr que la novedad no alterase en demasía la pacífica vida de Ciudad de Acuaria.
Cuando hubo transcurrido un tiempo que pareció muy largo pero solo era de unas pocas fracciones, la metálica voz reinició su discurso, casi idéntico al anterior. Las notas de Pox evidenciaban que el mensaje se repetía con muy pocas diferencias.
“Aquí la nave exploradora Descubrimiento. Identifiquen la posición. Utilicen la frecuencia de 1150 megahercios. Identifiquen la posición. Cambio y espero.” Y de nuevo silencio.
Cam pensaba que tal vez un aparato como el místico Receptor Sagrado, que había permanecido en silencio durante trescientas rotaciones, también podía emitir mensajes y no solo recibirlos. Pero nadie sabía cómo hacerlo. Los Libros no hablaban de ello. Y Cam se sabía los textos de memoria.
Era una cruel ironía del destino que, tras tantas rotaciones esperando de forma ritual el “Regreso de la Nave”, cuando este se hacía realidad no supieran cómo contestar.
Al lado del muelle central de Ciudad de Acuaria una curiosa comitiva esperaba la llegada del barco.
Cam, con la Vara de Seguridad como símbolo de su autoridad, ocupaba una posición ligeramente retrasada. Delante suyo, Mir conseguía apenas disimular sus temores bajo la máscara ceremonial y los lujosos vestidos de gala que correspondían a su cargo de Regidor de Ceremonias. Al lado de Cam, Ros, Regidora de Acciones y el único cargo electivo de la tríada de gobernantes de Ciudad de Acuaria, parecía resignada e incluso contenta de haber delegado en Cam la responsabilidad de actuar en aquel momento histórico.
Tras ellos, preparados y alerta, los mejores guardias de que disponía Cam vigilaban atentos a la menor indicación de su jefe. Más atrás, un grupo más numeroso de vigilantes mantenían orden y paz entre la multitud que, curiosa y con temor por su propio futuro, se disponía a presenciar los acontecimientos.
Entre la gente, Camir, ya despierto y levantado, no se hallaba junto a su madre y su hermana. Prácticamente en primera línea, el joven hijo de Cam parecía ser el eje en torno al cual giraba un grupito de muchachos expectantes y tal vez atentos también a la menor señal de quien posiblemente fuera su líder. Aunque nunca habían pensado que una serie de pequeños sabotajes pudiera precipitar el mítico Regreso de la Nave y que incluso el mismo Camir lo negaba, casi todos esos jóvenes asociaban los sorprendentes e inesperados hechos de ese día con sus pequeñas acciones nocturnas del último dozil. Los cambios que Camir les había prometido llegaban mucho antes de lo previsto.
Acercándose entre las aguas a la ya cálida luz del día, un gran buque de pesca de Ciudad de Acuaria remolcaba una extraña Nave cerrada que parecía toda de metal. Los rayos de Niusan arrancaban maravillosos reflejos a las paredes de la Nave. Tonalidades y colores que dominaban el apagado lucir de la leñacero del barco de pescadores que comandaba Set.
El heliógrafo del barco había explicado, hacía muy poco, que los pescadores habían visto como la Nave caía en el mar, que se habían acercado a ella y que habían establecido contacto. Ahora la remolcaban hasta el muelle principal de Ciudad de Acuaria.
Cam, impaciente, todavía discurría la forma de plantear el encuentro. Había convencido a Mir y Ros de que, pasado el primer instante, la solemnidad estaba fuera de lugar. La gente ya sufría bastante por las temidas consecuencias que la tradición asociaba al Regreso de la Nave. Hacer que el acto resultara excesivamente solemne, no haría otra cosa que reforzar esos temores.
El sentido práctico de Cam le sugería encarar el asunto como un complejo trato comercial, un acuerdo entre iguales que disponen de mercancías o informaciones para intercambiar. Cam había leído los Libros. Los recordaba. Era información valiosa. Los de la Nave no podían saber lo que decían los Libros. Ni siquiera llegando desde los cielos. El heliógrafo había dicho que el tripulante de la Nave era humano. El pragmatismo y el racionalismo de Cam no le dejaban creen en divinidades. Esta era su ventaja secreta, la fuerza interior que le hacía destacar entre la tríada de gobernantes de Ciudad de Acuaria.
Cuando el barco llegó al muelle, y mientras su gente se apresuraba con las operaciones del atraque, Set bajó rápidamente y, comprendiendo al vuelo la situación, se dirigió con urgencia a Cam.
-Son como nosotros –dijo-. Hablan nuestra lengua aunque el acento es distinto. Dicen que nos ayudarán a volver a casa, a la Tierra.
-¿Son pacíficos?
-Sí. No creo que haya ningún peligro. -Set parecía seguro. Cam confiaba en la experiencia del pescador.
El breve diálogo, tan solo cuchicheado, terminó cuando llegó al muelle un hombre alto, vestido con ropa muy ajustada de color gris. Sus cabellos también eran grises. La mirada serena y un rostro no maltratado por el sol destacaban entre los curtidos semblantes de los jóvenes pescadores que le acompañaban.
-Soy oficial de enlace de la Nave Descubrimiento, comandada por la capitana Dena Kiuta de la Alianza Trigémina. Me llamo Hanu Lest. Nuestra misión es establecer contacto con los mundos abandonados tras el Gran Caos. ¿Con quién hablo, por favor?
Ante la muda respuesta de Mir, Cam se adelantó.
-Soy Cam, Regidor de Seguridad de Ciudad de Acuaria. Estos son Mir, el Regidor de Ceremonias, y Ros, la Regidora de Acciones. Nuestra tarea es regir la comunidad de Ciudad de Acuaria. Bienvenido. ¿Estáis solo?
-Aquí, sí. La nave que veis es solo una de las naves de exploración de la Descubrimiento. Hay otras naves que orbitan el planeta buscando vida organizada. Ahora comunicaré que os he encontrado y los sociólogos podrán venir para hacer su trabajo.
-¿Sociólogos? -preguntó Ros con cierto tono de sorpresa.
-Sí, los especialistas en el contacto con las comunidades perdidas después del Gran Caos. Han pasado casi cuatrocientos años desde que se perdió el contacto con la nave Iskra que suponíamos perdida en este sistema solar.
-Nuestros Libros hablan de trescientas rotaciones.
-¿Rotaciones?
-Una rotación es un conjunto de estaciones, una deriva completa de Ciudad de Acuaria. Cada rotación se divide en doce doziles. Cada dozil tiene cinco grupos de siete días. -Cam lo explicó como solía hacerlo Dar en la escuela. Por un instante pensó en ella y eso le animó. Pero no se atrevió a mirar hacia atrás. Ahora él representaba a toda la comunidad de Ciudad de Acuaria ante alguien que parecía disponer de una tecnología muy poderosa y que, además, no temía decirles que había venido para echarles de Ciudad de Acuaria, de su mundo. Pensar en Dar le daba fuerzas, como siempre, aunque ella no estuviera físicamente a su lado.
Hanu Lest había estado reflexionando un momento.
-Vuestro día tiene veintiocho horas, y vuestro año, lo que llamáis rotación, ha de tener unos cuatrocientos veinte de esos días. Nuestros cuatrocientos años equivalen a vuestras trescientas rotaciones. Hablamos de lo mismo.
-Nuestro día tiene veinte divisiones, no veintiocho “horas”. Pero ya habrá tiempo para hablar de todo esto -cortó Cam-. Aunque parecéis tener una tecnología distinta y espectacular, nos permitimos ofreceros nuestra hospitalidad. Después podréis avisar a vuestros compañeros.
Cam se dió la vuelta y, con la mano, invitó a Hanu Lest a avanzar por el camino que, casi milagrosamente, los guardias habían conseguido abrir entre la multitud.
Durante todo el día siguiente hubo gran actividad. Hanu Lest había avisado a su gente. Tras comprobar el estado sanitario de los habitantes de Ciudad de Acuaria, ahora había llegado el momento de tratar con la socióloga Tera Torn. El resto de los tripulantes de la nave de la Alianza Trigémina se mantenía en órbita en la Nave. Solo una pequeña lanzadera de exploración iba y venía de Ciudad de Acuaria a la Descubrimiento. Los recién llegados sabían respetar la idiosincrasia de Ciudad de Acuaria.
Cam lo agradecía. La vida había recuperado, hasta donde era posible, una cierta normalidad. Mantenía frecuentes conversaciones con la socióloga ahora que ya entendía el alcance de su trabajo: comprender la cultura de Ciudad de Acuaria y ayudar a su futura reintegración en la nueva Alianza Trigémina y en una lejana Tierra. Por el momento, los contactos entre la gente de la Descubrimiento y los habitantes de Ciudad de Acuaria casi se habían reducido a las largas conversaciones que Cam mantenía con Tera Torn. Mir y Ros habían aceptado sin problemas que fuera el Regidor de Seguridad quien se encargara de ello. De forma casi natural, la tríada de gobierno se había convertido en un sistema presidencialista.
De forma inevitable, Cam mezclaba en el debate cuestiones personales. Era consciente de ello, pero también sabía que solo así sería capaz de entender lo que pasaba por las mentes de sus conciudadanos.
Personalmente Cam percibía la situación como si alguien quisiera expulsarle de su tierra, de su mundo, de aquello que había conformado las raíces definitivas de su vida. Dar compartía su punto de vista. Sin embargo, Camir, por ejemplo, solo vivía con la idea de marchar. Esa era la novedad que parecía haber esperado durante toda la vida. Camir quería irse. Cam podía, tal vez, entenderlo, pero no acababa de aceptarlo.
Descubrir que Camir había sido el instigador de los pequeños sabotajes y atentados del último dozil le había provocado reacciones diversas y, en cierta forma, complementarias. Orgullo al darse cuenta de que la estrategia adoptada por su hijo era la correcta, aun cuando estaba dirigida a obtener unos resultados que el mismo Cam no deseaba. Preocupación al saber, también, que Camir osaba alzarse contra el mundo que Cam tenía la obligación de defender.
Darir, como siempre, era reservada. Todavía no había tomado ninguna decisión. Como Dar, tardaba en expresar su opinión, pero cuando lo hacía era ya algo definitivo e indiscutible. Tal vez optara por quedarse, pero aún era pronto para saberlo.
Cam era consciente de que una división de opiniones parecida se repetía en todas las familias de Ciudad de Acuaria. Unos deseaban marchar hacia nuevos horizontes, mientras que otros veían el futuro viaje como un peligro y una amenaza para unas vidas bien arraigadas en la realidad cotidiana del planeta de agua. Tantas rotaciones hablando retóricamente del Regreso de la Nave no les habían preparado para el verdadero regreso.
Tera, la socióloga de la Alianza Trigémina, parecía entenderlo e intentaba explicárselo a Cam. Tera era una persona baja y menuda con una inevitable compulsión a hablar y explicarse. Ella sola, con su conversación, podía llenar la mayor de las habitaciones a pesar del reducido volumen físico de su persona. Era una conversadora eficiente con quien no había necesidad de preocuparse por mantener vivo el diálogo. Ella hacía la mayor parte del trabajo.
-Es la reacción habitual. Si excluimos los mundos con condiciones de vida infrahumanas, y, en realidad, en estos casi nunca se han encontrado supervivientes, en la mayoría de los casos tenemos el mismo problema: hay algunos que no desean volver. Es lógico, han vivido toda su vida en un determinado mundo que es ahora todo su universo. Algunos ni siquiera se atreven a aceptar que exista nada al margen de su ámbito cotidiano. No aceptan la existencia de la Alianza Trigémina. Ni la de la Tierra. Incluso rehúsan las comunicaciones.
-¿Pero acaban marchando?
-No siempre. Como aquí, les ofrecemos el futuro y las maravillas de la civilización tecnológica de la Alianza Trigémina. Para los jóvenes suele bastar. La mayoría de ellos no quiere renunciar a las posibilidades que ofrece una civilización galáctica. Pero, para satisfacción de los sociólogos como yo, siempre hay algunos que quieren seguir siendo lo que son, que desean quedarse en sus mundos y mantener en cierta forma su cultura. Aunque, tras nuestra llegada, queda inevitablemente contaminada por nuestra presencia. No se puede hacer una tortilla sin romper el huevo.
-Pero, pero… ¿Eso quiere decir que hay familias que se separan? Para siempre. Ha de ser terrible.
Tera, a pesar de su innata tendencia a hablar, sabía que en este punto había de ser prudente. Conocía la familia de Cam y, buena profesional como era, había captado fácilmente la situación de enfrentamiento. Cam no hablaba en general. Temía perder a su hijo. Perderlo mucho más de lo que ya lo había perdido.
-A veces. Pero son separaciones cortas. Muchas familias vuelven a reunirse.
La mentira no lo era tanto. Tera sencillamente olvidaba, por voluntad propia, recordar la dilatación temporal del viaje por el espacio a grandes velocidades. Una dilatación que separaba a los viajeros en la dimensión temporal con una eficiencia mucho mayor que la separación en el espacio. La gente de Ciudad de Acuaria no tenía, por el momento, por qué saberlo.
Pero Cam era duro de pelar. Y recordaba los Libros.
-Quizá. Sin embargo, los Libros hablan de una “dilatación temporal” de los que viven en las Naves. Si no lo he entendido mal, pocas rotaciones de quienes viajan pueden representar muchas rotaciones de quienes no viajan. Seguro que la mayoría de los padres nunca vuelven a ver a sus hijos si estos deciden marchar.
-Depende. -Cogida en su propia trampa, Tera sabía que ahora era imprescindible ser sincera, aun conociendo, como conocía, la firme voluntad de Camir de marchar con la Nave. Había sido el primer peticionario-. Si el viaje es corto y las edades lo permiten, el reencuentro es posible. Seguramente Camir…
-Ahora no estamos hablando de Camir -cortó en seco Cam-. Son las otras familias las que me preocupan. Es toda la vida de Ciudad de Acuaria la que está en juego. ¿Qué haremos sin los jóvenes? ¿Cómo sobrevivirá la ciudad?
-Vendrán colonos. Ningún planeta en el que la humanidad haya conseguido sobrevivir durante cuatrocientos años merece ser abandonado. Y, de la misma forma que vuestros jóvenes querrán marchar, en los otros planetas hay jóvenes que también ansían partir. Puede parecer cínico, pero así con las cosas: los jóvenes de Ciudad de Acuaria marcharán para colonizar otros planetas, y los jóvenes de otros planetas vendrán para colonizar Ciudad de Acuaria. Es ley de vida.
Silencio. Cam ya tenía suficiente. Había demasiada verdad en el discurso de Tera. Y su hábito de mando había llevado a Cam a comprender a su gente y, por añadidura, a la otra gente. Incluso se creía capaz de comprender a los habitantes de esos otros planetas de que hablaba Tera. Al fin y al cabo, los seres humanos, estén donde estén, no son tan distintos.
Aceptada la realidad, y convencido del inevitable dolor de Dar ante la pena de ver marchar, tal vez para siempre, a su hijo, Cam había tardado mucho en tomar la decisión de decir lo que ahora se proponía decir. Sabía que podía esconder el hecho, y el mismo planeta de Acuaria se encargaría de acabar con el peligro de la partida de Camir.
Sin embargo, Cam se conocía lo bastante a sí mismo para saber qué era lo que nunca podría hacer. Les habían encontrado, la nave había Regresado y, si los jóvenes no marchaban con la Descubrimiento, serían otras Naves las que llegarían. No avisarles del peligro que corrían provocaría la revuelta de los jóvenes de Ciudad de Acuaria. Ahora sabían que existían otras posibilidades y deseaban probarlas. Solo veinte rotaciones antes, él mismo, con Dar, habría elegido marchar. También le molestaba, entonces, la monótona rutina de la vida en Ciudad de Acuaria. Ahora el tiempo había cambiado tantas y tantas cosas. Había llegado el momento de la experiencia para Camir y su gente. Al menos tendrían un buen jefe. Camir era inteligente. Cam no era viejo, no se sabía viejo, pero sabía reconocer dónde tenía sus raíces. Él se quedaría. Si Dar se quedaba, claro. Los lugares son importantes, pero son las personas quienes los definen.
-Tera, ¿están protegidas vuestras naves contra el Aliento del Mal?
-¿Qué? ¿Qué es el Aliento del Mal? ¿Qué quieres decir? -Tera se disponía a escuchar una leyenda más, una particularidad más de la cultura de Ciudad de Acuaria, una novedad que todavía desconocía.
-Es lo que segregan unos peces monstruosos que viven en las profundidades del agua. Son gigantescos. Pueden comerse a un hombre de un único bocado. Con su Aliento destruyeron la nave que nos trajo aquí, la Iskra. Lo dicen los Libros.
-Ha de tratarse de una leyenda. Ya hace un par de días que estamos aquí y la lanzadera de exploración sigue intacta.
-Ahora es la estación sin lluvias. Esos peces están lejos, la deriva nos aleja de ellos. Pero temo por el metal de la lanzadera. Los Libros dicen que el metal hace enloquecer a esos peces. Pueden venir.
-Pero Ciudad de Acuaria está hecha de metal, y parece que os ha durado muchos años…
-No. Ciudad de Acuaria está construida con leñacero. Es de un árbol acuático de aquí. Parece ser como un veneno para esos peces abisales, no pueden acercarse. No si no hay metal cerca. Te habrás dado cuenta de que en Ciudad de Acuaria no hay metal. Todo lo hacemos con leñacero. Así, esos peces monstruosos nos respetan.
-Un momento. -Tera activó su comunicador y se puso a hablar con la Descubrimiento. Su voz cambió de tono. Ahora ya no era tan amable. Sonaba más firme. Era un tono profesional, como el de Cam cuando hacía la ronda matutina-. Cart, soy Tera. Busca en la base de datos cuál fue el último contacto con la Iskra. Mira si hicieron alguna advertencia o, tal vez, una petición de socorro. Espero.
Cam presenciaba, sorprendido, el parlamento pronunciado ante sí pero que no se dirigía a él. Dos días eran pocos para acostumbrarse a los maravillosos artefactos de los tripulantes de la Descubrimiento. Tera le había contado que el funcionamiento era parecido al del heliógrafo, pero que las ondas que utilizaba eran de un tipo distinto de la luz que transmitía el heliógrafo. Cam no comprendía cómo podían operar esas ondas si nadie podía verlas, pero era evidente que el aparato funcionaba.
Unos momentos más tarde llegó la respuesta. Salía del comunicador de Tera y ambos pudieron escucharla.
“Tera, parece que hubo una última transmisión informando primero de que la Iskra había llegado a un planeta habitable y que estaban en peligro. Tiene que haber un error, pero el mensaje hablaba de unos peces monstruosos y de que la cubierta de la nave se disolvía en el agua. Eso dice el mensaje. Después, nada. La fecha es de poco antes del Gran Caos. Nadie se preocupó por ellos. No llegaron más noticias ni mensajes. Es posible que siguieran transmitiendo, aunque con el follón de aquellos días nadie debió de escucharles. ¿Te basta?“
-Sí, gracias Cart. Eficiente como siempre. Te debo un café. Y van… Ya nos veremos. -Tera desconectó el comunicador y miró cara a cara a Cam, interrogadora.
-Parece que el Aliento del Mal de esos peces terminó con la Iskra. -Cam hablaba pausadamente-. Eso dicen los Libros. También cuentan que los supervivientes pusieron en marcha el Receptor Sagrado pero que nunca llegó ningún mensaje. Nunca hasta anteayer. Habéis tenido suerte de llegar en esta estación y solo con las pequeñas naves exploradoras. El tamaño de la Descubrimiento ya habría excitado a esos peces del abismo. No hay tiempo que perder. -La voz de Cam rezumaba orgullo.
-Tienes razón. Avisaré a la capitana. No dejaremos que la Descubrimiento baje al planeta.
La Descubrimiento no descendió, pero las pequeñas naves exploradoras iban y venían. Traían material sanitario, sistemas de comunicaciones y todo tipo de aparatos. También se llevaban consigo algunos visitantes, pocos, que al volver hablaban admirados de las maravillas de la Descubrimiento. Decían que la nave era mayor que toda Ciudad de Acuaria, que la luz surgía de antorchas sin humo con solo apretar unos botones en la pared, y que todo era de metal. También decían que la comida, eso sí, era muy poco apetitosa y que no admitía ningún tipo de comparación con el pescado que era la dieta habitual de Ciudad de Acuaria.
El sexto día se perdió una nave exploradora.
El piloto estaba tomando muestras de agua y una pareja de grandes escualos marinos, atraídos por la presencia del metal, surgieron de las profundidades. Casi inmediatamente la cubierta metálica de la nave que estaba en contacto con el agua empezó a disolverse.
-¡La nave se disuelve! ¡Se disuelve! ¡No es broma! ¡¿Qué hago?! -gritaba atemorizado el piloto por el comunicador.
“Lurt, te estás pasando. ¿Qué es eso de que la nave se disuelve? ¿Estás seguro de no haber bebido más de la cuen…?“
La conversación se interrumpió justo cuando la corrosión llegó a los sistemas de comunicación de la nave exploradora. Por suerte para el piloto, los pescadores de Ciudad de Acuaria que le acompañaban mantuvieron alejados a los peces con sus arpones de leñacero, mientras otros pescadores procedían al salvamento. El entreacto fue breve. Salvado el piloto, los pescadores abandonaron la lucha. Tal y como decían los Libros, los gigantescos peces deglutieron los restos de la nave exploradora cual si fuese una nuez sin cáscara y, libres ya del misterioso reclamo del metal, se alejaron satisfechos del barco de leñacero.
La imposibilidad de hacer bajar la Descubrimiento, limitó el nombre de posibles viajeros. El pacto fue fácil aunque no hubiera presencia personal y se realizara con un comunicador especial destinado a sustituir al viejo Receptor Sagrado.
“Mis oficiales me informan de que sería demasiado arriesgado intentar bajar con la Descubrimiento o con cualquier nave mayor que una nave exploradora“. La capitana tenía una voz firme que transmitía seguridad.
-Podemos preparar un pequeño campo de aterrizaje para una nave de exploración, si es factible aterrizar en un lugar sólido. -Cam también hablaba con seguridad. Mir y Ros escuchaban atentos. Tera y el varado piloto Lurt asistían a la conversación. Provisionalmente ambos eran dos habitantes más de Ciudad de Acuaria.
“No hay problema. Podemos hacerlo. ¿Cuánto tardará en tenerlo listo?“
-Un par de días. Haré derruir un viejo almacén que ya queríamos suprimir. Lurt nos ayudará a preparar lo que haga falta para el aterrizaje.
“Muy bien. Otro problema es que la evacuación deberá ser más restringida. Con algunos viajes de la lanzadera podremos evacuar, digamos, una veintena de personas. El resto tendrá que esperar la llegada de otras naves. ¿Le parece bien así?“
-Sí. Ya decidiremos quiénes irán con ustedes. No hay problema. Eso nos dará tiempo para digerir la situación. Y para preparar la llegada de otras naves. Construiremos un lugar seguro para evitar el ataque de esos peces. La leñacero servirá. -Cam estaba tan seguro como aparentaba. Gran parte del problema de la evacuación había desaparecido. Ahora todos dispondrían de tiempo para prepararse. El problema se reducía a saber quién integraría el primer grupo de veinte evacuados. Pero eso no inquietaba a Cam. Sabía gobernar a su gente.
-Capitana, soy Tera. Desearía quedarme. Estoy segura de que pronto llegarán otras naves y, mientras tanto, quiero seguir estudiando esta cultura.
“Por mí no hay inconveniente. Regidor de Seguridad, ¿cuál es su opinión?“
-Me parece justo. Si una veintena de los nuestros puede ir con ustedes, seguro que dos o tres de los suyos pueden quedarse aquí. Tera es bienvenida y aceptada. Nos puede enseñar muchas cosas.
“Me temo que es Tera la que quiere aprender muchas cosas…“. La voz de la capitana Dena casi hacía visible su sonrisa. “Les enviaré un médico y un ingeniero, así corresponderemos a su colaboración. Estoy segura de que habrá voluntarios. Las otras naves llegarán pronto. Tendrán ustedes que preparase para su arribo.“
-Gracias. Así lo haremos.
Aquella noche Dar parecía más sosegada. En la intimidad de la habitación, reemprendieron la tranquila conversación de las últimas noches. Esta vez parecía todo decidido.
-Al fin y al cabo no será tan grave, veinte personas casi no se echarán en falta en Ciudad de Acuaria. Y tendremos tiempo para prepararnos para el verdadero Regreso de la Nave. – Dar pretendía sonar animosa, como si deseara infundirse valor.
-No te engañes, Dar, los familiares de esas veinte personas sí las echarán de menos. Y mucho. No creo que nosotros podamos quedarnos al margen.
-¿Quieres decir que…?
-Sí. Si hay alguien que desea irse, ese es Camir. Todavía no me ha dicho nada, pero la situación es clara. Creo que Darir querrá quedarse, pero no Camir. Y yo no podré, y tampoco querré, oponerme.
-No lo soportaré. No volveremos a verle nunca. Como si hubiera muerto.
-Yo tampoco podré soportarlo. Pero tendremos que hacerlo. Tiene derecho a elegir su propia vida. En el fondo, eso es lo que siempre hemos deseado para él, que fuera capaz de elegir su propio destino. Nos costará, pero también a él. Quizá no lo sepa todavía, pero también nos echará en falta.
-Pero, nunca…
-También es posible que lleguemos a verle algún día. Si vuelve pronto por aquí y todavía estamos vivos. Nos tendremos que preparar para reencontrar a un hijo muy joven aunque nosotros seamos ya bastante viejos. Para Camir, si viaja, el tiempo pasará más lentamente. Aunque también podría ocurrir que no regresara a tiempo. Si es que regresa…
Se abrazaron y aplazaron el problema como habían hecho otras veces, compartiendo las alegrías y, como ahora, las penas, en un abrazo asexuado pero francamente efectivo. Ni siquiera el llanto se abrió paso en medio del calor y la fuerza de un contacto siempre seguro. Aunque poco faltó para ello.
La mañana siguiente, durante el desayuno, estaban los cuatro.
Había tensión. No excesiva. La de las cosas sabidas y que todavía no se habían dicho. Pero que era imprescindible decir muy pronto. Cam no se atrevía y, como siempre, Dar fue la más valiente.
-Dentro de un unos días la Nave marchará. Papá y yo hemos decidido quedarnos. Y vosotros, ¿qué vais a hacer?
El aire se hizo espeso. Cam podía pensar que había formas más sutiles de decirlo. Pero Dar, como siempre, tenía razón. Debían afrontar los hechos de cara y con valor.
El silencio seguía.
-Yo me quedaré. Pronto vendrá otra Nave, otra oportunidad. Mientras tanto, podré conocer más cosas de la Alianza Trigémina y de la Tierra con la ayuda de Tera y de los otros que decidan quedarse aquí. Después decidiré si me interesa o no marchar. -Era Damir que rompía el silencio con su voz y su opinión siempre sensata.
Pero el silencio volvió de nuevo. Cada vez más denso. Ni Cam ni Dar se atrevían a mirar a Camir.
-Yo quiero irme.
La voz de Camir no era de desafío como Cam había temido. Una sorpresa y una satisfacción. Su hijo deseaba marchar, pero había reflexionado acerca de ello. Era consciente todo lo que significaba su decisión.
-Tal vez nunca más volvamos a vernos. -Dar se mostraba insegura.
-Tal vez. Sé que lo que dice Damir es muy sensato. Antes de marchar sería conveniente saber lo que nos espera ahí fuera y todo lo que ello representa. Pero me engañaría si me quedara. He deseado demasiado intensamente un cambio, cualquier cambio, para no irme. Quiero ir, quiero ver cómo son esos otros mundos. Y quiero hacerlo ahora. Ahora la Nave está aquí. ¿Quién sabe si volverá? Hemos esperado demasiadas rotaciones. No quiero dejar pasar la oportunidad. Y eso no significa que no me entristezca marchar. Pero sé que debo hacerlo.
Cam pensó que era el discurso más largo que había oído pronunciar a Camir en las últimas rotaciones. De nuevo el silencio invadió la habitación. Camir mantenía la cabeza un tanto gacha. No era un desafío. Era algo muy distinto. Mucho más serio. Cam sentía fijas en él las miradas de Dar y Darir. Esperaban que hablara.
-Está bien. No saltaré de alegría pero lo comprendo. Ojalá puedas regresar algún día a tiempo para vernos de nuevo. Y siempre podremos tener el consuelo de los sistemas de comunicación que volverán a funcionar. Quedan pocos días. Hay que aprovecharlos.
El aire espeso se diluyó en un segundo. Camir alzó la cabeza con expresión de satisfacción y sorpresa. Su padre siempre resultaba sorprendente. Esperaba una oposición firme y dura, incluso violenta. Ahora se daba cuenta de que había olvidado algo importante respecto a su padre. Lástima de tiempo perdido, de pasada incomprensión y enfrentamiento. Era cierto, quedaban pocos días. Era imprescindible aprovecharlos.
Sin levantarse de la mesa, cuatro pares de manos se encontraron en medio de platos y vasos, y la presión de los dedos decía cosas que las palabras no sabían expresar.
Y el día llegó. Después de unos cuantos viajes, los nuevos habitantes de Ciudad de Acuaria, con la dinámica Tera a la cabeza, ya disponían de todas sus pertenencias. Las naves exploradoras habían bajado también una ingente cantidad de material que la Descubrimiento les dejaba, a ellos y a toda Ciudad de Acuaria.
Dieciocho personas, todas jóvenes, estaban ya en la Descubrimiento y solo dos esperaban el último viaje hacia un destino para ellas incierto pero pleno de promesas.
De pie en la improvisada pista de aterrizaje, las familias de los dos últimos viajeros se despedían de aquellos a quienes no volverían a ver. El llanto dominaba en una de las familias. La otra se lo tomaba, al menos aparentemente, con mucha mayor serenidad.
Para Cam, Dar, Camir y Darir los últimos días habían sido de gran provecho. Camir se iba y, muy posiblemente, Darir marcharía en un futuro cercano. Pero eran opciones propias, como lo era para Cam y Dar el quedarse. Tal vez el futuro nunca permitiera el reencuentro, pero el presente era, pese a todo, esperanzador.
El último en subir a la nave exploradora fue Camir. De pie en la escalera, justo antes de cruzar la puerta, se dió la vuelta y, por primera vez en las últimas seis rotaciones, pronunció de nuevo la frase ritual.
-Por el Regreso de la Nave.
Esta vez estaba plena de significado.